Xi advierte de que no va a “renunciar al uso de la fuerza armada” para lograr la reunificación con Taiwán

“Taiwán es de China”, ha proclamado este domingo el presidente del país, Xi Jinping, durante el discurso con el que ha marcado la apertura del XX Congreso del Partido Comunista. El mandatario ha asegurado que perseguirá con “el máximo esfuerzo” la “reunificación pacífica” con la isla, pero Pekín nunca se avendrá “a renunciar al uso de la fuerza armada”, ha añadido en el instante más encendido de su alocución en el Gran Salón del Pueblo de Pekín. Durante la gran cita política quinquenal del país, que ha comenzado este domingo y se prolongará a lo largo de esta semana, se espera que Xi consolide un tercer mandato sin precedentes. Y Taiwán, ha dejado claro, es un objetivo que China, “a buen seguro” puede cumplir: “Hagamos realidad sin falta la reunificación completa de la patria”, ha dicho.

El discurso ha durado cerca de dos horas ―muy por debajo de los 203 minutos de hace cinco años― y en él ha pasado revista a los grandes asuntos sobre la mesa, de la economía a la pandemia; del desarrollo tecnológico y militar a las turbulentas aguas del teatro geopolítico; de la salud del “mayor partido gobernante marxista del mundo” a la modernización de esta ideología “con características chinas”. Ha destacado que los últimos cinco años, por los que rinde cuentas ante el partido, han sido un tiempo “fuera de lo común y extraordinarios”. Pero ha encuadrado sus palabras dentro de la “compleja situación internacional” con “bruscos cambios”, lo cual plantea “desafíos nunca vistos antes”.

“El mundo se encuentra otra vez en una encrucijada histórica” provocada por “actos de hegemonía, autoritarismo y matonismo”. Frente a esto, Xi ha propuesto la “política exterior independiente y de paz” de China, ha denunciado la “mentalidad de la Guerra Fría” y ha asegurado que impulsará “la construcción de un nuevo tipo de relaciones internacionales”, que es uno de esos conceptos que preocupan a Estados Unidos: Washington alertaba esta semana, en su estrategia nacional de seguridad, de que el gigante asiático “es el único país con, a la vez, la intención de reconfigurar el orden internacional y, cada vez más, el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para impulsar ese objetivo”.

La tensión entre las dos superpotencias en múltiples frentes tiene su encarnación en el estrecho de Taiwán, cuyas aguas se han ido revolviendo y agitando desde que Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, visitara a principios de agosto la isla autogobernada ―que China reclama como parte inalienable de su territorio―. Tras su viaje, Pekín desplegó ejercicios militares en el Estrecho y rompió la cooperación con Washington en materias clave, como el cambio climático.

Xi se ha referido a Estados Unidos, sin mencionarlo, al clamar que Pekín podría adoptar “todas las medidas necesarias”, lo que incluye ese eventual uso de la fuerza, “contra la intromisión de fuerzas externas” y lo que ha denominado “severas provocaciones” en los asuntos de Taiwán. Sus palabras no son nuevas. Pero llegan en un momento crítico, y han resonado con fuerza en el Gran Salón del Pueblo.

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